sábado, 19 de abril de 2008

De mis días por Marankiari



Cogimos nuestras mochilas en el 4to año de Lingüística. Emocionados, al menos por salir de casa unos días, nos aventuramos en el curso de Trabajo de campo. Nuestra profe, la profe "LLontop", ya había estado otras tantas veces surcando esos caminos y conviviendo con costumbres algo ajenas a nosotr@s.

Nunca olvidaré la mejor ducha de mi vida. Si daba un paso más estaba fuera de la rústica cañería y de la mini puerta que delimitaba el área del fregonazo, pero allí al frente tenía al Perené, bosques inmensurables...una vista celestialmente natural.
Estando en Marankiari, luego de algunos pequeños incidentes en la movilidad, acampamos.
La lluvia fue cruelmente mojada mojándonos a todos una madrugada. Yo estaba próxima a entrar en la segunda década de mi vida, soñando tal vez con mis días de infancia, cuando mi amiga Ilvia se desvivía por despertarme. Entonces, alcé el brazo, como diciendo aquí estoy, y sentí un charco en mi cabellera espesa. Nuestra carpa,que ni siquiera era nuestra, sino prestada, se había inundado. Cuando menos uno quiere madrugar, ahí tuve que hacerlo, para sacar algo del agua que había invadido nuestros sueños.

Al día siguiente, había que empezar con las entrevistas. Allí conocí al tío Camacho (el mismo que sale en el vídeo). Aunque no me dio mucha información como informante de la lengua asháninka, me contó mucho de su vida, de sus hijos, de sus hijas, cantó y luego con su propina, se fue. Ha sufrido mucho don Camacho.
Luego, paseando por la zona, en busca de más informantes, me invitó a su casa una señora muy amable: doña Lucía. Me invitó un poco de papaya y conversamos un poco sobre lo que hacía yo por esos lares al igual que mis compañer@s, y de lo que ella hacía por esos lares desde siempre. Así, entre papaya y papaya, mis latas de atún que estaban destinadas para el almuerzo se las di como si fuera el mejor buffet que podría realizar para alguien.

No me gustaron nunca la yuca ni el plátano...hasta mis días por Marankiari. La yuca, cocida, frita, o de todas las formas posibles, la comí allí (y mi madre que tanto sufrió por hacerme comer la yuca del caldo), y la comí en el desayuno, almuerzo y cena. Algo parecido pasó con el plátano.
Bajé al río y con Nury subimos a una pequeña lanchita formada por tres troncos. Yo que no quería mojarme, terminé bañada hasta las puntas del cabello. Mientras, algunos amigos nativos trabajaban lavando el café, separamos las cascarillas con ellos, escuchando sobre el proceso y su trabajo diario, el que les permite subsistir aunque no vivir dignamente.
Con bluyines y camisetas occidentales vivían el día a día, y para seguir viviendo por "momentos turísticos" volvían a vestir su indumentaria indígena.

Cumplí los 20 en un momento así. Con sus cushmas, las mujeres, y los hombres con ropajes típicos, empezaron una danza, en honor a la cumpleañera. Frente a una hoguera improvisada, con dos pintas en la cara, con todos mis compañer@s, incluida la profe LLontop, con Camacho, Lucía, y los demás comuner@s, danzamos una danza eterna, bajo una lluvia lunar.

No hay comentarios: